Parecía que no había más formas de ver una corrida de toros
y José López nos transmite su sentimiento en un enfoque directo y matizado por
la disparada proyección de colores y formas. ¿Qué tiene que ver todo esto con
lo que ya conocíamos? Puede que ni siquiera con el surrealismo, el dadaísmo, el
expresionismo, impresionismo o la abstracción. Puede que esta sea la mejor
virtud de José López: que no se parece a nadie, que es él y su circunstancia
taurina y artística. Nada más y nada menos.
Benjamín Bentura Remacha
Goyista
"Pictomaquia, la suerte contraria de
José López”
Puede que el artista, José López, nos
quiera expresar su inquietud, sus ganas de contarnos otra tauromaquia que la
que pueden ver el resto de los contempladores. El toreo es así y al contrario
desde la cueva platónica de las ideas o mucho antes porque las primeras
tauromaquias no fueron las que se pintaron sobre papel, telas, hojalata o
madera.
Las primeras tauromaquias se pintaron
sobre piedra y no las han borrado ni el paso de los siglos. Y todavía tuvieron
que pasar muchos años más para que las culturas más modernas grabaran en otras
piedras, cincelaran más bien, la efigie del toro bravo, los minoicos, los
cretenses, los egipcios, los romanos y puede que los musulmanes hasta que se
inventó el papel, la prensa o tórculo y el grabado.
El primero, según dicen, el holandés
Stradan, siglo XVI, que da paso a otras visiones foráneas y multitudinarias en
únicas estampas hasta que llega el genio y la casta de los españoles con
Antonio Carnicero y Francisco de Goya.
Un siglo después, el pintor valenciano
Francisco Domingo lleva a su hijo Roberto a París y entre las técnicas rápidas
de los impresionistas y el color de su Levante, el de Sorolla, por ejemplo,
nace el maestro de la pintura taurina al que seguirán fielmente otros buenos
artistas: Antonio Casero, Santos Saavedra, Ruano Llopis y García Campos.
Otros más cerca de lo popular como Reus,
Pepe Puente y López Canito, los personales Álvarez Carmena y César Palacios y
el barroco Vicente Arnás, Martínez León, Rafael Amézaga o Martín Ruizanglada.
Son tantos los artistas y tan variados
los estilos, sin incluir en esta relación a Picasso, Dalí, Gutiérrez Solana, el
más antitaurino de los taurinos, antes Lucas Velázquez, después Grau Santos,
que parece imposible concretar una "suerte contraria", una nueva
forma de ver el arte de torear, cosa que no consiguieron ni los americanos
Robert Ryan y John Fulton o el francés André Masson.
Y esto, sentir los toros y el toreo de
otra forma, es lo que parece perseguir José López, al menos lo que yo intuyo
que pretende con el insuficiente testimonio de un cuaderno de reproducciones.
Habrá que ver la exposición para confirmar estas suposiciones.
Es la sombra, la plancha que le da la
vuelta a la realidad o el primer plano de un paisaje verde y azul con el
amarillento clarear de un amanecer con medio testigo al acecho y el otro medio
adivinado, la explosión de los fuegos de artificio del hierro rusiente sobre la
piel del becerro o el resurgir de la plena juventud entre jaras y flores
silvestres, el paloteo de las varas que derriban por su empuje en el anca del
cansado trotón más juegos de luces y sombras, la visión de las negras
zapatillas sobre el albero (recuerdo al francés y caminista Duchase), la espera
tendida sobre las tablas para que lleguen hasta ellas los artistas que los
bamboleen con ritmo y compás, primer plano a lo ancho o el plumero que se agita
en el placer del ordeno y mando, la prisión temporal para salir a la luz
mortal, toma el palo o recoge la tela, los palos más graciosos vestidos de
faralaes, sombras, colores o primeros planos concretos del toreo al natural, la
gloria y a muerte en el infinito del desolladero, en un adiós a la carrera que
solo deja manchas de sangre.
Parecía que no había más formas de ver
una corrida de toros y José López nos transmite su sentimiento en un enfoque
directo y matizado por la disparada proyección de colores y formas. ¿Qué tiene
que ver todo esto con lo que ya conocíamos? Puede que ni siquiera con el
surrealismo, el dadaísmo, el expresionismo, impresionismo o la abstracción.
Puede que esta sea la mejor virtud de José López: que no se parece a nadie, que
es él y su circunstancia taurina y artística. Nada más y nada menos.
Benjamín Bentura Remacha
Goyista
“Historia de aficionados”
Para un historiador, acostumbrado a
analizar cada dato, a justificarlo a evitar las interpretaciones personales...
la obra de un pintor como José López, le produce además de admiración, una
terrible envidia.
Con una paleta cargada de color y con una
pincelada firme y suelta, José López acumula en cada cuadro todas las
sensaciones que el ancestral mundo del toro nos ha ido dejando en el alma a lo
largo de los años.
Cada imagen de su tauromaquia evoca
historia, tradición, rito... nos cuenta en fin las impresiones que nos produce
el propio léxico taurino.
En sus cuadros, no solo el torero y el
toro son los actores de la Fiesta, las cuerdas de los toriles, los portones,
las varas de los jinetes que acosan... todas las imágenes que me han asombrado
desde mi ya lejano acercamiento al mundo del toro y el toreo, se convierten de
pronto, por obra y gracia de los pinceles de José López, en protagonistas
filosóficos de la escena.
Una imagen de palos en el campo, una
explosión de "coloraos y gualdas", la alargada sombra de una reja...
realizados con una asombrosa paleta repleta de luz y color, nos cuenta toda la
historia del toro, sin toro. Cuando es herrado, cuando se prueba su bravura en
ese bello espectáculo del acoso y derribo, cuando se enchiquera su fiereza a la
espera del momento decisivo.
La tauromaquia de José López es una
reflexión sobre lo asombroso de la Fiesta, sobre su rito, sobre su liturgia. Un
reencuentro con nuestra propia historia de aficionados, con la historia de
nuestras viejas sensaciones taurinas, que nos predisponen el ánimo a la hora de
saborear la lidia, la faena, el arte... la grandeza perenne del toreo.
Guillermo Boto Arnau
Historiador
“El único hombre que humanizo al Minotauro”
He conocido los peces pirañas del Paraná
(rió argentino).
He hablado con Don Segundo Fuentes de la
Calzada, mi vecino gaucho de 2 metros de altura y 160 kilos de peso, que era un
fenómeno natural: tenía la cabeza del tamaño de una naranja y un solo pelo.
He visto en la provincia de Corrientes,
Argentina, al "chupa-sesos", un mosquito macho, variante del
anopheles palúdico, del tamaño de un coco con un aguijón como un clavo de 0,5,
que se sorbía todo el jugo encefaloraquideo en segundos y te dejaba el cerebro
intacto pero seco. La victima decía a todo que si: pagaba los impuestos
regularmente, pagaba sus créditos bancarios, no contestaba a sus jefes.
He visto la "Anaconda del
Iguazú", de 8 metros de largo comerse a todo un barco con turistas en
segundos.
He luchado en las estepas patagónicas con
los "Mandriales", unos huevos cigotas con patas y dientes.
He visto, oído y luchado a lo largo y
ancho del planeta Tierra pero nunca he conocido un tipo como tu: el único
hombre que humanizo al Minotauro.
Oscar Garibaldi
Artista
“Pepe López. El pintor de la suerte contraria”
Cuando, recientemente, conocí a Pepe López y contemplé sus cuadros
y sus esculturas, tuve la certeza de estar en presencia de lo que solemos
llamar un artista de raza.
La primera colección completa del pintor es un conjunto de 22
lienzos en torno al mundo del toro. Un mundo al que sin duda le condujo su alma
andaluza, su sangre de Utrera por parte de padre y de Puente Genil por vía materna.
La colección, denominada "El Toro.
La suerte contraria" muestra invariablemente a los sujetos de la
fiesta, el toro, el matador, la plaza, la dehesa, el capote, la
sangre...presentes pero rara vez visibles. Se les intuye, pero raramente se les
ve.
El espectador recibe una conmovedora impresión de color de ese
conjunto de vida y muerte que es la fiesta, y una visión peculiarísima de un
mundo familiar como es el taurino al que nunca ha observado desde ese rincón,
que no es sino el que la retina de Pepe López contempla y al que los demás no
tenemos acceso.
Tengo la sospecha de que, cuando Pepe López se enfrentó por vez
primera a un lienzo blanco y desnudo, supo desde el primer instante que el
destino de aquel rectángulo no era sino acoger la visión que había captado en
su Aleph, ese lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe,
vistos desde todos los ángulos. Fue allí donde el poeta vio, desde todos sus
ángulos, el inconcebible universo.
En algún lugar de su persona, y tan sólo para él mismo accesible,
Pepe López tiene un Aleph. Lo percibí delante de sus cuadros, algunos de los
cuales se muestran aquí, junto con estas líneas.
El alma del artista se convierte en trazos vigorosos llenos de
fuerza y vitalidad y en explosión de color, siempre intenso. El autor domina al
universo que nos ofrece, y nos lo
muestra en la forma en que él lo ve. Y esa es su piedra angular.
Cómo ha llegado hasta aquí José López Prieto (Madrid 1.964), es
algo que pertenece a lo inexplicable, como inefable es el arte en sí mismo.
Pero más nos interesa aquí y ahora imaginar los senderos por los que en el
futuro nos llevará su pintura personalísima cuando nos muestre otros universos vistos desde ese ángulo que
tan sólo él tiene el privilegio de contemplar.
Espero de Pepe López que nunca deje de mirar al mundo con su
propia mirada, y que un día cercano nos acerque su obra a nuestra tierra
cordobesa, que es la suya.
Juan González Solano
Economista